Empieza tu día con este ejercicio espiritual el cual te dará el impulso de energía que te acompañara durante todo el día. Las rutinas habituales para el alma si funcionan; al repetir éste ejercicio adquirirás disciplina, tesón, perseverancia, ahínco y te llenará de felicidad. Lee el siguiente evangelio para hoy con meditación del Papa Francisco, suscríbete y a vuelta de correo lo recibirás los días que sea publicado.
¡Ten compasión de mí, que soy pecador!
Lucas 18, 9-14. Cuaresma.
Pidamos a Cristo que nos enseñe a orar con espíritu humilde y sencillo.
En
aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que se tenían por
justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a
orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su
interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como
los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este
publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis
ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se
atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho,
diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que
éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se
ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.
Oración introductoria
Señor,
hoy como el publicano y el fariseo, me acerco a Ti a orar. Me acerco,
porque sé que sin Ti nada puedo, como Tú mismo nos lo dijiste. Señor, yo
llevo en mi interior un fariseo y un publicano. Tú conoces mi debilidad
y cómo a veces, sin yo quererlo, caigo y te ofendo; otras, me esfuerzo
por hacer tu Voluntad, pero cuántas veces en este interés por agradarte
me busco a mí mismo. Señor, sin Ti nada puedo, y como me doy cuenta de
ello, me acerco una vez más para presentarme como soy y dejar que Tú
lleves las riendas de mi vida. Tú toma lo bueno que me has dado, para
mayor gloria tuya, pero también hazte cargo de mi debilidad y utilízala
también en favor tuyo; pues, como San Pablo decía, "cuando soy débil es
cuando soy fuerte", porque Tú tienes un mayor protagonismo. Señor, yo
sólo quiero ser tu instrumento.
Señor,
toma mi vida y guíala por el camino que lleva a Ti; que en cada momento
mi actuar vaya dirigido a cumplir tu Voluntad con alegría y sencillez.
Meditación del Papa Francisco
Es
fácil decir que Jesús es el Señor, difícil en cambio reconocerse
pecadores. Es la diferencia entre la humildad del publicano que se
reconoce pecador y la soberbia del fariseo que habla bien de sí mismo:
Esta
capacidad de decir que somos pecadores nos abre al estupor que nos
lleva a encontrar verdaderamente a Jesucristo. También en nuestras
parroquias, en la sociedad, entre las personas consagradas: ¿Cuántas son
las personas capaces de decir que Jesús es el Señor?, muchas. Pero es
difícil decir: Soy un pecador, soy una pecadora. Es más fácil decirlo de
los otros, cuando se dicen los chismes... Todos somos doctores en ésto,
¿verdad?”
Para
llegar a un verdadero encuentro con Jesús es necesaria una doble
confesión: Tú eres el hijo de Dios y yo soy un pecador, pero no en
teoría, sino por esto, por esto y por esto....
Pedro
después se olvida del estupor del encuentro y lo reniega. Pero porque
es humilde se deja encontrar por el Señor, y cuando sus miradas se
encuentran él llora, vuelve a la confesión: 'Soy pecador'.
Que
el Señor nos de la gracia de encontrarlo y también de dejarnos que Él
nos encuentre. Nos de la gracia hermosa de este estupor del encuentro.
(Cf Homilía de S.S. Francisco, 3 de septiembre de 2015, en Santa Marta).
Este tiempo de cuaresma nos invita a la conversión. Sin duda, todos tenemos necesidad de transformación interior, de volver nuestro rostro a Dios. Durante nuestra vida, nosotros también nos comportamos algunas veces como el publicano o como el fariseo. En ambas situaciones, tenemos necesidad de poner los ojos en Dios y reconocer lo que de verdad somos; Él sí nos conoce y sabe de qué barro estamos hechos. Esta cuaresma es una nueva invitación que nos hace a fijarnos en Él, en dejar de lado todo lo que nos distancia de su presencia. Con un corazón humilde acudamos a su presencia y renovémosle nuestro amor, pidamos perdón por nuestras faltas y ofrezcámonos a ser cirineos en el camino al Calvario, para alivianar la carga de Jesús.
La
humildad, la sencillez, la docilidad al Espíritu Santo son esenciales
para abrir el corazón de Cristo. A los hombres nos gusta que nos
aprecien, que nos estimen, que nos tomen en cuenta, que nos amen.
Buscamos llamar la atención de quien nos rodea, de quien queremos que
nos ame. ¿No queremos de igual forma llamar la atención de Cristo? ¿No
queremos que Cristo nos vea y nos manifieste su amor? Pues estas
virtudes serán el motivo para que Dios pose su mirada en nosotros.
Siempre lo hace pero si nos esforzamos en vivir estas virtudes lo hará
de manera especial.
Por el contrario, la soberbia, el orgullo, la vanidad nacen del egoísmo y lo que parecería oración no es otra cosa más que alabanza a nosotros mismos. Come el fariseo que agradecía a Dios no ser como los demás hombres porque no cometía sus mismos errores y pecados que ellos.
Los dos hombres estaban en oración pero qué oraciones tan distintas. Una hecha con presunción personal y la otra con humildad, con el corazón triste por haber fallado a Dios.
¿Quiere decir entonces que para hacer buena oración forzosamente debemos golpearnos el pecho y debamos hacer exámenes personales de autocrítica, rayando casi con un pesimismo?
Seguramente Cristo no quiere esto. Él más bien nos pide que como niños nos acerquemos a su corazón reconociendo las cualidades que nos ha dado pero tan bien con la humildad necesaria para reconocer nuestras faltas. Recordemos lo que dice el Catecismo respecto a la oración, dice que la piedad de la oración no está en la cantidad de las palabras sino en el fervor de nuestra alma.
Pidamos a Cristo que nos enseñe a orar con espíritu humilde y sencillo como el publicano que el evangelio nos presenta el día de hoy.
Propósito
Haré una visita al Santísimo en la que, con humildad, le pediré al Señor me enseñe a amarle más y a cumplir su Voluntad.
Diálogo con Cristo
Señor,
hoy como el publicano nos acercamos a Ti, pues nos reconocemos débiles y
necesitados de Ti, que eres la fuente de toda gracia. Señor, Tú conoces
nuestro corazón y sabes que sin Ti nada podemos; por eso, queremos
pedirte que te quedes con nosotros, que nos acompañes en todo momento de
nuestro día. Señor, queremos amarte, pero a veces no conocemos bien el
camino, o nos dejamos llevar por nuestros intereses; por eso, como el
publicano, te pedimos: ¡Ten compasión de nosotros! Y escucha nuestra
oración.
El
cimiento de la oración va fundado en la humildad, y mientras más se
abaja un alma en la oración, más la sube Dios. (Santa Teresa de Avila)
0 comentarios:
Publicar un comentario